Inventario

Inventario

Hay que arrimar una escalera para subir. Un tramo le falta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
Sino lo que amontona el desorden?
Hay olor a humedad.
El atardecer entra por la pieza de plancha.
Las vigas del cielo raso están cerca y el piso está vencido.
Nadie se atreve a poner el pie.
Hay un catre de tijera desvencijado.
Hay unas herramientas inútiles.
Está el sillón de ruedas del muerto.
Hay un pie de lámpara.
Hay una hamaca paraguaya con borlas, deshilachada.
Hay aparejos y papeles.
Hay una lámina del estado mayor de Aparicio Saravia.
Hay una vieja plancha a carbón.
Hay un reloj de tiempo detenido, con el péndulo roto.
Hay un marco desdorado, sin tela.
Hay un tablero de cartón y unas piezas descabaladas.
Hay un brasero de dos patas.
Hay una petaca de cuero.
Hay un ejemplar enmohecido del Libro de los Mártires de Foxe, en intrincada letra gótica.
Hay una fotografía que ya puede ser de cualquiera.
Hay una piel gastada que fue de tigre.
Hay una llave que ha perdido su puerta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
Sino lo que amontona el desorden?
Al olvido, a las cosas del olvido, acabo de erigir este monumento,
Sin duda menos perdurable que el bronce y que se confunde con ellas.
Jorge Luis Borges

El título de éste Blog se decidió gracias a ese poema. Tal vez esto será un pequeño monumento a los libros, que lloran en el olvido. La literatura es algo que siempre me ha acompañado; los libros se convirtieron en mis mejores amigos hace muchos años. Se han vuelto tan cercanos que me he olvidado un poco del mundo exterior, y de vez en cuando, al mirar a mi alrededor, me encuentro de cara con un montón de cambios que han ocurrido durante mi viaje. Estos cambios me asustan cada vez más, las personas van más y más rápido, comprando cosas que realmente no necesitan y llenando sus mentes de vacío. Buscando lo sencillo y lo rápido. Así es como ha crecido el desapego hacia la literatura, cada vez hay menos tiempo para leer y pensar. Estancados en conversaciones huecas y lo último que sucedió en la telenovela, hemos silenciado a aquellas voces del pasado que tanto pueden enseñarnos. Todas encerradas entre páginas de libros, escondidos en los rincones, aguardando solemnemente compañía y siendo reemplazados por revistas, televisión e Internet. 

Existe una magia entre un libro y una persona, una sensación de alivio al rosar las pastas y encontrar por fin donde descansar de todos los cambios que se arremolinan como buitres. Pero cada vez estamos más alejados de esa maravillosa sensación. Leer es obligatorio en las escuelas, lo recomiendan hasta en la televisión, pero nadie parece tomarlo muy en serio. ¿Para qué leo el libro si tengo la película?, ¿para qué si puedo descargar el resumen?

Leer por gusto, no por obligación. Empezar un libro sólo por que sí. Por que tiene un buen título, una portada interesante, un autor conocido, una sinopsis llamativa. Leer sin esperar nada a cambio. Sólo por el placer de tener una conversación amena y larga con un interlocutor distante. La idea de este espacio es hablar de libros, no analizarlos. No se trata de hacer una disección, sino de compartir aquella sensación que deja el leer  la última oración y sentir que hemos encontrado una respuesta a una pregunta que jamás formulamos. Tomar un respiro de vez en cuando, hundirse en las letras que se convierten en imágenes, imágenes que se convierten en personas, lugares exóticos, costumbres diferentes, aventuras o romances, danzas o destellos, y al regresar de ahí ver el mundo de una manera distinta. Como dice José Vasconcelos: empezar un viaje con inquietud y terminarlo con melancolía.
Misha



Hola.

No, normalmente no comienzo así mis escritos. He decidido hacer una excepción por dos razones; o más bien por una razón que se bifurca. Éste es un saludo doble. El primero es el mío propio, ya que la mayoría de las personas que leerán éste blog al principio no me conocen. Han venido aquí habiendo leído anteriormente a mi amiga, Misha. Quisiera compartir el momento que pudo ser la concepción de éste espacio; aunque no se materializaría sino hasta mucho después. Ella y yo caminábamos por una calle, de clase alta debo agregar, y una pandilla de críos rubios —más que obviamente de colegio privado— quienes no podían pasar los nueve años de edad venían discurriendo de manera apasionada sobre las características touch de sus respectivos gadgets. Sus madres o nodrizas los miraban, de forma complaciente. Que lindos, pensarían. Dejando de lado esa especie de dislexia temprana que tienen la mayoría de los niños, y que hace las ideas nubladas, se notaba que sabían de lo que hablaban. Se notaba, sencillamente, que habían sido criados en ese mundo digital, frío e inmediato.

Nuestro terror pocas veces llegó más hondo, y si ahora emprendemos éste viaje es para buscar quienes lo compartan. Ese es el segundo saludo, el de nuestro proyecto. Y si comencé éste texto con un simple hola fue porque aquí no somos solemnes. Si bien no hay justificación que valga para el aberrante alejamiento de nuestra sociedad hacia su aspecto artístico y literario, lo más cercano que existe es la forma en que éste es enseñado en las escuelas. La literatura, creemos, no es un pequeño ser que pueda ser puesto bajo un microscopio académico, sino un astro o un océano; algo que en definitiva se observa con asombro, pero que jamás se llega a poseer.

Así es como nos embarcamos, y hacia allá nos dirigimos. No hay resúmenes; sólo impresiones. No hay academia; sólo emociones. Sinceramente, ¿no tenemos ya todos suficiente frío en nuestra vida diaria? ¿Por qué convertir algo tan bello como un libro en un objeto de estudio? Apartemos la vanidad ceremoniosa del erudito por un momento, y celebremos la cruda e imperiosa belleza de las palabras. Quizá si empezamos por allí, mañana los aromas regresen a nuestras alcobas solitarias. Quizá recuperemos un minúsculo resquicio del verdadero tesoro que el tiempo nos ha robado: la exquisita curiosidad.
dvx